El culto al cuerpo

En la adolescencia el cuerpo sufre una serie de cambios muy bruscos y eso te hace sentirte insegura dentro de él, como si no te perteneciera. Eso es lo que le ocurre a Aldara en mi novela, "EL CUERPO DESHABITADO", que sufre por no tener un cuerpo perfecto como el de su hermana y el de su amiga Carla. A causa de ello, se ve abocada a una serie de conflictos que no logra controlar, como veréis en los siguientes extractos de la misma.  Cuando voy a los colegios e institutos, me gusta charlar de todos los temas que toco en mis novelas con los lectores y también a ellos les gusta hacerme partícipe de sus experiencias, pero, dado el tiempo tan limitado que tenemos siempre, he decidido que este blog puede ser una buena plataforma para ello.


Os lanzo, pues, una serie de preguntas para que contéis si habéis pasado por experiencias similares a las de Aldara y poder establecer un debate sobre este tema tan en boga hoy. Por supuesto también los adultos estáis invitados a opinar. ¿Qué importancia juega el físico en nuestra sociedad? ¿Piensas, como Aldara, que la vida te sonríe si tienes un físico espectacular y que la sociedad trata de meternos a todos en la secta del culto al cuerpo? ¿Cómo creéis que influye esto en los jóvenes? ¿Has pagado peaje de algún tipo por querer estar en un determinado grupo? ¿Has vivido alguna situación de vasallaje y no eres capaz de salir de ella? 


Extractos de la novela:

–Has dejado muy chafada a mamá, Aldi. ¿Por qué eres así con ella? Lo único que hace es preocuparse por ti. –Pues que no se preocupe tanto. ¿Qué pasa? ¿Le molesta tener en casa a un mastodonte con acné? –dije con la rabia que me provocaba siempre ese tema. Y sin darle tiempo para la réplica, salí arrastrada por la impaciencia de Gaspar. –¡No sé qué diablos te pasa! –la oí gritar a mis espaldas. ¡Claro, cómo iba a saberlo ella, que era una diosa! Podía imaginar lo difícil que debía de ser ponerse en la piel de una vulgar mortal cuando eres Venus en el Olimpo. La vida te sonríe. Eres la reina del baile, y todos los chicos caen rendidos a tus pies. La gente se vuelve a mirarte. Tu teléfono suena sin parar. Tus amigas se pelean por sentarse a tu lado. Los hombres babean al verte. Los modistas hacen la ropa pensando en ti. Inspiras versos a los poetas. Las puertas se abren a tu paso. Solo tienes que chasquear los dedos para conseguir lo que quieres. Eso era lo que hacía Carla conmigo: «Aldi, ¿me dejas ver el resultado de tus problemas? ¿Puedo ver tu traducción? Oye, ya sabes, acércame la hoja del examen...». Sí, ella me copiaba los problemas, las traducciones, los análisis sintácticos y los exámenes mientras me tiraba migajas desde su trono de reina y me pasaba la mano por el lomo, como hacía yo con Gaspar.


¿¿¿Cómo pude caer tan bajo???

¿Te tenemos que volver a recordar que ese es tu peaje por querer pertenecer al grupito de las guays?, me recordaron mis lorzas, siempre tan atentas. Llevaban toda la vida conmigo y habían adquirido mando en plaza, así que resultaba difícil callarlas. Y lo peor era que me soltaban verdades como puños y me tocaban donde más me dolía. ¿Tan desesperada estaba yo en aquella época? Sí, sí lo estaba. Muy desesperada. Y muy sola (coincidió con la muerte de mi padre). Y muy acomplejada. Pero fue un error, un tremendo y estúpido error. Entonces yo pensaba que unirme a ellas me daría un toque de glamour, me haría popular entre los chicos, me sentiría protegida. ¡Qué imbécil! ¿Cómo pude pensar que éramos amigas? La amistad está reñida con el vasallaje. Ah, no jures por la luna, esa inconstante que cada mes cambia de esfera, no sea que tu amor resulte tan variable. Pero ¿hasta cuándo tenía que seguir pagando por ello? ¿Toda la vida? Ya no quería pertenecer a ese grupito de gallinas papanatas. Pero tampoco me atrevía a enfrentarme a Carla. Era una maldita cobarde.


Qué manía con alcanzar la perfección. ¿No era el hombre un ser imperfecto por naturaleza? ¿Por qué ese empeño en ser divinos? ¿No había caído Lucifer en el infierno por ello? Me reventaba que nos intentaran meter a todos, por narices, en la secta del culto al cuerpo. Abrías cualquier revista, y no había más que dietas, anticelulíticos, ejercicios para adelgazar, cremas antiarrugas, antigrasa, antioxidantes... Ibas por la calle y veías tantos gimnasios y centros de estética como bancos. ¡Y para qué hablar de los anuncios de la televisión donde todo eran cuerpos «danone», ya fueran marcas de bebidas, coches o detergentes! Y luego estaban todos esos productos milagrosos que te succionaban los mi- chelines. Y los aparatos de la teletienda que te hacían parecer Rambo... ¡Una auténtica paranoia! No había horas del día para hacer todo aquello que te proponían. Y encima, te dejabas un pastón. ¿Por qué no admitir lo que somos la mayoría de los mortales, una pieza de carne con más o menos lorzas?


En vista de mi silencio, mi madre dijo para justificarse:

  • He visto salir de aquí a cantidad de chicas con la autoestima muy fortalecida.
  • Vaya. ¿Ahora resulta que una tiene que hacerse la liposucción para fortalecer su autoestima? –me indigné.
  • Yo no he dicho eso.
  • Barbara, Celare, Darii, Ferio –murmuré.
  • ¿Qué dices?
  • ¿No has dado los silogismos? Si A es igual a B, y B es igual a C, A y C son iguales.
  • Yo no digo que todo el mundo tenga que hacérsela, pero si una chica lo está pasando mal por tener unas piernas o caderas muy gordas y no lo puede solucionar con un régimen, ¿qué hay de malo en que se haga una liposucción?
  • ¿Y qué arreglo hay para la que tiene el cerebro de mosquito?
  • No sé por qué te pones así.
  • ¿A lo mejor por tu manera de darme la chapa para ver si cuela?
  • Si estás insinuando que yo quiero que te hagas una liposucción, te equivocas. Lo tuyo se arregla haciendo ejercicio y dejando los dulces y los quicos.
  • ¡Vaya, ya salió el tema de mi gordura!
  • Has sido tú quien lo has sacado.
  • ¡Eso sí que es genial! Empujas a alguien por un precipicio y luego le dices: «¡Ay, vaya, te has caído!».
  • No seas tan sarcástica.
  • Ya estábamos con las espadas en alto.
  • Mira, que te quede claro que me niego a convertirme en una esclava de mi cuerpo.
  • No se trata de esclavitud, sino de estar a gusto contigo misma. ¿A gusto conmigo misma? ¿Cómo quería que lo estuviera si me habían tocado todos los genes de desecho? No era justo que mi hermana pudiera comer de todo sin engordar ni un gramo mientras que yo tenía que seguir la dieta de los conejos si no quería convertirme en modelo de Botero. Y total, ¿para qué? Ni siquiera así Pablo se fijaría en mí, era invisible a sus ojos. Tenía razón Shakespeare. ¿Tierno el amor? Es harto duro, harto áspero y violento, y se clava como una espina.

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