Preocupante afluencia de grupos neonazis
De un tiempo a esta parte se han incrementado los grupos neonazis en nuestras ciudades y cada vez hay más jóvenes que acaban cayendo en sus redes. La adolescencia es una etapa llena de inseguridades y miedos, así que supongo que pertenecer a una banda que ejerce la violencia en las calles les parece un modo de sentirse a salvo de dichos miedos e inseguridades y de buscar un refugio a sus propias frustraciones. Seguramente no se dan cuenta de la cobardía que supone atacar en grupo y, en la mayoría de los casos, por la espalda, ni de la injusticia que cometen al atacar a la gente por sus ideas, condición sexual, diferencia de piel, pobreza… Esa violencia bruta e irracional les hace sentir un poder que es falso y que no hace sino alimentar su propia frustración y las ganas de seguir pegando. Y encima, la justifican con una aparente ideología política absurda y contradictoria.
En mi novela “NUNCA SERÉ TU HÉROE”, uno de los personajes estaba metido en un grupo de skinheads y en su continuación, “HÉROE A MI PESAR”, vemos las razones que le llevaron a meterse en dicho grupo así como la reacción del grupo cuando alguien quiere salirse de él. Aquí os dejo unos fragmentos de la novela para que comentéis lo que pensáis sobre este tema, si habéis sufrido algún tipo de agresión (a uno de mis hijos le dieron una paliza los ultras del Madrid por ser del Depor) o si conocéis a alguien que esté metido en un grupo de este tipo y cómo pensáis que se podría evitar que la gente sea captada por este tipo de grupos.
Extractos de la novela:
- ¡Deja ya de decir burradas, macho! Tú eres un tío estupendo al que unos nazis de mierda lavaron el cerebro. Si te juntaste con ellos fue porque necesitabas sacar fuera el odio que sientes hacia tu padre, y encontraste el modo de hacerlo proyectándolo hacia los negros o los mulatos. Para cualquier hijo es muy doloroso aceptar que su padre le abandone y se vaya a otro país a formar una nueva familia.
- Sí, es verdad que en las reuniones que teníamos me aliviaba descargar mi rabia contra «esas ratas asquerosas», así los llamábamos. Era como si se lo dijera a esos hermanos cubanos que no conozco. No podía soportar no ser tan bueno para mi padre como esa maldita familia que tiene en Cuba. No sabes el resentimiento que me provoca el tema. Creo que nunca voy a ser capaz de superarlo. Pero ahora siento vergüenza por haber dicho esas barbaridades de los emigrantes. ¡Con lo majo que es Abdullah!
- No te machaques, Jorge. Estabas mal, tenías un problema y encima, en el insti, te volvimos la espalda.
- Bueno, tampoco es que yo ayudara mucho: era un prepotente...
- Sí, es verdad, ibas de chulito, pero lo hacías para protegerte. Lo que os hizo tu padre fue muy fuerte, y llegar de nuevas a un sitio donde ya se conocen todos no es fácil.
- Pero ni tú ni Sara hubierais aceptado nunca esas ideas nazis y la actitud de esos tíos.
- ¡A saber qué habríamos hecho en tu lugar! No puedes juzgar a la gente desde tu propio yo, hay que ponerse en la piel de los demás para entenderlos. Mira, a nuestra edad es fácil que te coman la cabeza. Estoy convencido de que a cualquier chaval le habría hecho ilusión formar parte de un grupo de tíos mayores, algunos incluso en la universidad, y que tienen reuniones secretas.
- ¡Pero eran muy violentos! Decían cosas muy fuertes. Tenía que haberme dado cuenta de que eran capaces de llevar a cabo lo que planeaban, ¡incluso hablaban de matar a alguien!
- Todos nos engañamos cuando algo nos interesa y nos ponemos una venda en los ojos cuando no queremos ver lo que está delante de nuestras narices. Yo, sin ir más lejos, antes culpaba a todo el mundo de mis males, cuando el único responsable de lo que me pasaba era yo.
¡Qué comedura de coco, macho! No me puedo quitar de encima al pelma del Pepito Grillo de las narices, que no para de minarme la moral: «Pero ¿qué clase de héroe eres que te arrugas a la primera de cambio?». Sí, ya sé que mi deber es ratificarme en mi declaración en el juicio para que el matón que me propinó el navajazo tenga su justo castigo y se dé cuenta de que no se puede ir por ahí pinchando a la gente, pero tengo miedo de lo que puedan hacerme esos tipos. Si ya a Jorge lo dejaron hecho un cromo para evitar que hablara...
– Bueno, tenías que haberlo visto: estaba temblando, tío. Me contó que, cuando rociaron de gasolina al mendigo y le prendieron fuego, se había tenido que marchar a casa de lo malo que se había puesto, que estuvo vomitando toda la noche. Dijo que sus ojos espantados lo iban a perseguir toda su vida, que no podría librarse de ellos. Y desde entonces, apenas ha ido a las reuniones. Eso, unido a su actitud esquiva a la hora de realizar los «paseos de limpieza», ha hecho sospechar a los demás sobre su compromiso. Incluso le han llegado a amenazar con darle una paliza si se va de la lengua. Temen que se repita lo mío.