Si nos preguntarais a los chavales si queremos aprender a debatir, a respetar la opinión de los demás, a ser tolerantes, respetuosos, bien educados y buenos compañeros, a cuidar el colegio, la ciudad y el medio ambiente, naturalmente os diríamos que sí. Aunque francamente creemos que son los políticos quienes más necesitan esta asignatura. Estamos hartos de que nos utilicen como moneda de cambio para sus guerras particulares, de ser los conejillos de Indias de unos padres de la patria tan mal avenidos.
Quizá desconozcan que los niños como mejor aprendemos es con el ejemplo que nos dan y desde luego el suyo deja mucho que desear. Así que, en lugar de tirarse los trastos a la cabeza por una asignatura que a todos (lo subrayo por si acaso) nos hace mucha falta, creemos que sería mejor que se sentaran a trabajar juntos los contenidos en lugar de oponerse sistemáticamente o tratar de manipularlos torticeramente.
Los niños somos muy listos, enseguida nos damos cuenta si nos quieren dar gato por liebre: no nos tragamos que la familia tradicional es la formada por padre, madre y trece hijos (en blanco y negro de los años sesenta) y la moderna (en color) por dos lesbianas, ¡qué patético!, ni que la familia sea “el espacio en el que se mantienen las relaciones sexuales entre los miembros de la pareja”, ¡por favor, qué definición tan pobre y limitada!, o que la “madre hippy” es la que cree que los jóvenes deben adquirir responsabilidades y aprender a equivocarse por ellos mismos en contraposición al “padre clásico”, que piensa que lo importante es la disciplina y que “por la noche no hay nada bueno en las calles” , ¿no están confundiendo educar en libertad con ausencia de normas y autoridad con autoritarismo? (estarán pensando que esto es tirar piedras contra nuestro propio tejado, pero no lo crean, aunque despotriquemos tanto contra las normas, las necesitamos tanto como las plantas el agua, eso sí, siempre que sean coherentes). Por eso nos ha chocado tanto lo del “joven marchoso” al que “nadie debe imponerle un horario” en contraposición a la “alumna repolluda” que espera resignada la mayoría de edad para poder salir de marcha. ¡Lo que hay que oír! Además de provocarnos la carcajada, ¿no les parece que atufa a machismo trasnochado? Por favor, si empezamos poniendo clichés y utilizando demagogia barata, ¿cómo van a pretender que esta asignatura nos sirva para ser tolerantes y tener una mente abierta?
De verdad que es para partirse de risa que estos “padres siempre en proceso de divorcio” intenten convencernos a nosotros, sus hijos generacionales, de que hagamos lo que ellos no son capaces de hacer, porque dejan en ridículo a los profes, un colectivo sufrido y vapuleado como pocos del que hablaremos otro día. Los pobres se hartan de hacer hincapié en lo importante que es el trabajo en equipo aduciendo todo tipo de razones: que si hoy en día es lo que más valoran las empresas, que si estamos dentro de un mundo globalizado, que si la unión hace la fuerza, que si desarrolla el compañerismo y el buen rollito, que si contribuye a mejorar el rendimiento en el trabajo y bla bla bla, para que luego lleguen los políticos y, en una sesión parlamentaria, que más parece un combate de boxeo, echen de un plumazo todos sus esfuerzos por tierra. Si es que ustedes tienen que creerse lo que dicen, entiéndanlo, si no esas palabras tan bonitas y que tanto les gusta utilizar, como talante, consenso o colaboración, se quedan huecas. Ya les digo que los chavales al final hacemos lo que vemos, por mucho que nos horaden la cabeza con ellas y nos pongan buena nota por tenerlas bien aprendidas, porque una cosa es la teoría y otra la práctica. Miren, por si les sirve, les daré un consejo que le gusta mucho a mi abuela: “no se puede estar en misa y repicando”.