Hasta el año pasado la Lengua me parecía un rollo infumable. Esos análisis morfológicos y sintácticos interminables e incomprensibles, cuyo método cambiaba aleatoriamente a gusto del profesor: lo que para uno era sintagma preposicional, para el otro no lo era “porque la preposición no es núcleo de nada”; el complemento de uno era el implemento de otro; lo que unos defendían como sintagma adjetival otros lo declaraban una proposición adjetiva…
Luego estaba ese laberinto de sintagmas, núcleos, subnúcleos, predicados, atributos, complementos de régimen o determinantes varios que tenías que encajar en las distintas oraciones sin saber para qué. Esos modos de analizar que obedecían a las manías de los distintos profes: árbol, cajas, llaves… ¿Y por qué no lacitos o mariposas? Francamente nunca entendí la utilidad de todo esto. Por no hablar de la irracionalidad de aprender lo que era un perífrasis verbal sin saber conjugar los verbos o aprenderte de memoria las funciones del lenguaje cuando apenas entendías las definiciones, o la coherencia, adecuación o cohesión del texto sin texto, o la diferencia entre sintagma nominal y proposición. ¡Cuánta palabrería sin fundamento!
Y encima tener que aguantar que cada año te llamen burro indirectamente al recordarte que muchas de estas cosas eran de 2º ó 3º de Primaria. ¿Por qué no se preguntaban si no sería la metodología la que fallaba? Si ni siquiera mi madre, que según ella había sido un fenómeno en Lengua, era capaz de aclararse. Por lo visto en su época no había sintagmas ni proposiciones ni núcleos ni subnúcleos, tan solo sujeto verbo y predicado. Y yo me pregunto: ¿por qué complicarlo todo? ¿Qué ganamos los alumnos? ¿Y qué ganan ellos? ¿Es que una asignatura adquiere mayor importancia por el grado de incomprensión que alcance? ¿Es que no saben que fijar la atención en lo accesorio te hace perder de vista lo esencial? A veces pienso que han querido convertir la Lengua en Matemáticas o Física Cuántica.
Pero el día en que apareció en clase la Mary Poppins de la Lengua, hizo que todos, sin excepción, nos reconciliáramos con ella y le cogiéramos el gusto. Y eso que su primer comentario, después de comprobar que estábamos pez en la materia, nos mosqueó bastante: “¡Si es que esto es empezar la casa por el tejado! Enseguida pensamos que sería el preámbulo para echarnos la peta y culparnos de nuestra ignorancia, como hacen todos, sin embargo, nos sorprendió gratamente cuando se puso a despotricar contra el sistema de enseñanza y los malditos e irrazonables programas que había que cumplir. Nos dieron ganas de aplaudirla. Dijo que era como si a un niño se le enseñara a andar aprendiéndose un texto lleno de explicaciones técnicas, que primero hay que ponerse a andar y ya luego se estudiarán las funciones del aparato locomotor y las leyes físicas. A continuación nos hizo una pregunta que francamente nos sorprendió bastante, porque nadie nos la había hecho antes: “¿Para qué sirve la Lengua?”. Chema, el graciosillo de la clase, dijo que era tremendamente útil para el sexo oral. Las demás respuestas fueron todas por el estilo: “para fastidiar”, “para que te suspendan”, “para nada”… Creo que esto la decidió por completo a aparcar el programa dada la gravedad de nuestro diagnóstico, ya que la mayoría no sabía ni leer decentemente. Ella nos aseguró que la Lengua era el principal instrumento que teníamos para comunicarnos y mostrarnos ante los demás tal cual éramos. Pero, gracias a las pruebas que hicimos a continuación, pudimos comprobar que estábamos mucho más cerca del pavo y del mono que del ser humano. Eran pruebas del tipo: ¿cómo declararíamos nuestro amor a un chico/a?, ¿cómo pediríamos ayuda en caso de tener un enfermo grave?, ¿cómo convenceríamos a alguien de que servimos para un trabajo?, ¿cómo convenceríamos a los ciudadanos de que nos votaran si fuéramos un político?, etc.
A partir de ahí nos pusimos manos a la obra. Leyendo en alto un texto de teatro aprendimos a leer, las funciones del lenguaje, la importancia del tono, el sentido de la frase, el poder y el significado de las palabras, su adecuación al texto, las trampas del lenguaje. También analizamos la perversión del lenguaje publicitario escogiendo cada uno un anuncio de una revista y otro de televisión, la del periodístico, la del político. Leímos una novela en alto deteniéndonos en cada párrafo para analizar los elementos que allí había: descripciones, personajes, narración, diálogos…, la función que cumplían cada una de las palabras, de los verbos, de las frases, de los sufijos, la coherencia, la puntuación... Escribimos distintos tipos de textos a partir de los modelos que nos daba ella, representamos una obra escrita por nosotros, e hicimos un trabajo a partir de un libro que nosotros mismos escogimos para exponerlo delante de todos. Hasta Chema, que es un vándalo y un pasota, nos dejó con la boca abierta con el suyo sobre “El Buscón” de Quevedo (juro que elegido por él).