Nunca se ha hablado tanto de sexo y, sin embargo, nunca los adolescentes han estado tan perdidos, tan desconcertados, tan asustados y tan desbordados por este tema como en el momento actual. En el transcurso de una generación hemos pasado del secretismo, la ocultación y la reprobación moral a la más absoluta trivialización del sexo. Y lógicamente, al pasar de un extremo al otro, se han producido importantes desajustes.
De pronto, el sexo se ha convertido en un elemento más de consumo y todo el mundo se ha subido al carro lanzando todo tipo de mensajes a través de los medios: publicistas, feministas, comerciantes, laboratorios, políticos, sexólogos, comunicadores en general… Cualquier revista que quiera tener un hueco en el mercado tiene que hablar de sexo, el comerciante que quiera vender sus productos recurre a una publicidad con connotaciones sexuales más sutiles o más descaradas, las distintas cadenas de televisión, en su guerra de audiencias, recurren al plato fuerte: el sexo, ya sea en tertulias, reality shows, películas porno o reportajes de investigación, el político que trata de ganar unas elecciones tiene que hacer promesas aperturistas (matrimonios gays, abortos, campañas de prevención…). Es tal el impacto de mensajes que recibimos cada día en este sentido, que no es de extrañar el potaje que pueden llegar a tener esos adolescentes, aún sin formar, al intentar copiar los modelos que exhiben los medios sin ningún pudor y que poco tienen que ver con ellos. Se sienten defraudados, desilusionados, y cada vez se lanzan a una búsqueda más desaforada de una quimera inexistente.
Máster en sexología
Desgraciadamente la única información que reciben la mayoría de los adolescentes les llega precisamente a través de esas revistas y programas de televisión que no solo no forman, sino que desinforman y malforman. ¿Y dónde están sus padres, por qué no hablan con sus hijos de este tema? Pues porque pertenecen precisamente a esa generación del sexo-tabú y se sienten totalmente incapaces de abordarlo. Incluso aquellos que están dispuestos a hacer el esfuerzo no se sienten preparados ni cómodos hablando de estas cuestiones con sus hijos, que por supuesto lo notan y son los primeros en sentirse violentos. Si a ello le añadimos que uno de los rasgos más característicos del adolescente es el de cerrarse en su concha, reivindicando su intimidad frente a padres y educadores y, por contra, abrirse al grupo de amigos, cuya influencia es determinante, podemos hacernos una idea bastante clara de lo difícil que resulta la comunicación en este sentido. Y ya no hablemos de los padres que piensan que hablar de sexo con sus hijos equivale a incitarles a su inicio precoz.
Sin embargo, cuando hablas con los adolescentes, una gran mayoría echa de menos poder abordar con sus padres estas cuestiones, a pesar de que se sienten unos expertos en el tema, con el grado de máster. Pero la realidad es que ni siquiera llegan al aprobado. Desde luego saben lo que es el sesenta y nueve, el punto G o el orgasmo y conocen montones de sinónimos para la masturbación o los genitales tanto del hombre como de la mujer, pero tienen un desconocimiento bastante notable sobre la regla, los ciclos de fertilidad, la ovulación, la función de los anticonceptivos y sus riesgos o las enfermedades de transmisión sexual. Claro que no es esto lo más grave, sino la falta de formación a nivel emocional, esto sí que les está afectando de una manera devastadora. Y es que detrás de esa fachada de duros y perdonavidas que se comen el mundo te encuentras a unos seres inseguros, terriblemente vulnerables y asustados, que no saben a qué carta quedarse y cuya autoestima se va haciendo pedazos al meterse por esos caminos a los que se ven abocados y en los que no encuentran más que minas que les explotan en las manos.
¡Cuántas chicas me escriben diciéndome que se sienten utilizadas porque los chicos solo las quieren para hacerlo con ellas y nada más! ¡Cuántos chicos y chicas se han sentido decepcionados por haberse acostado cuando aún no estaban preparados para ello! ¡Cuántos han perdido la dignidad por el camino hasta el punto de no tener autoestima! ¡Cuántos daños psicológicos e incluso físicos por una mala experiencia sexual! ¡Cuántos están ya de vuelta con dieciocho años y ya nada les satisface! ¡Cuántas chicas lo hacen simplemente porque sus amigas lo han hecho ya, por conseguir al chico que les gusta, para que no les deje su novio, por hacerse las mayores! ¡Cuántos embarazos y abortos de adolescentes!
“Yo digo amor, tú dices sexo”
Cuando escribí esta novela, comprendí que a esta edad los adolescentes buscan amor a través del sexo y normalmente salen escaldados. Estas son algunas de las frases sacadas del libro y en las que ellos se ven reflejados: “Yo no le dije nada de que saliéramos ni ella tampoco me lo preguntó. Lo hicimos y punto”. “A ver si ahora va a resultar que acostarte con una tía es como ponerle un anillo de compromiso en el dedo, chaval”. “Aunque Lupo fuese mi amigo, yo tenía poco que ver con él en temas de amor y sexo; teníamos concepciones y sensibilidades diferentes: a él le importaba más la cantidad que la calidad”. “El muy cabrón le ha pedido salir para poder acostarse con ella y ahora no quiere saber nada”. “¡Menos mal que no quería presionarme! Si llega a querer hacerlo, ¿qué se habría llevado: la cama y una camisa de fuerza además de los preservativos?”. “Lo bonito es hacerlo con la persona de la que estás enamorada”. “¿No será que tienes miedo de acostarte con él y estás buscando excusas para no tener que hacerlo?”. “A las tías les gustaban cuanto más cabrones, mejor”. “¿Por qué nos complicamos tanto la vida cuando para Adán y Eva era lo más natural del mundo?”. “La culpa de que sucedieran estas cosas las tenían los tíos como Lupo, que se creían que las mujeres éramos ganado”. “Nuestro nerviosismo nos hacía sentir más cerca el uno del otro, como si necesitáramos protegernos mutuamente”.
A los adolescentes cada vez les resulta más difícil la comunicación, y es que parece que la sociedad hace todo lo posible por impedirla: los chavales apenas saben expresarse porque pasan demasiadas horas frente a pantallas, ya sea la Play, la tele o el ordenador, además el volumen de la música de los locales a los que van les impide cualquier tipo de conversación, lo cual favorece esa cultura de lo fácil, del rollo rápido, del aquí te pillo, aquí te mato, luego está la falta de compromiso y de responsabilidades, la vida muelle y egoísta, el consumismo, la falta de interés por el otro, la pérdida del derecho a la intimidad (todo el mundo tiene derecho a contar la vida y secretos del otro), por no hablar de los daños del alcohol. Lo que empieza siendo una ayudita para atreverse a declararse al chico o chica que les gusta termina siendo una trampa que les atrofia hasta la pasión por el sexo, se convierten en auténticos zombis sin interés por nada. Cuando salen solo piensan en agarrarse una moña, como si eso fuera la máxima diversión a la que uno puede aspirar en la vida. Y arrastran sus pies deambulando por las calles con cara de aburridos, buscando no se sabe qué, porque lo fácil produce hastío. Pero ¿qué van a hacer? Ellos simplemente se limitan a creer a pies juntillas en esos mensajes que les lanza continuamente la sociedad: sexo=paraíso y amor=compromiso. No son conscientes de la trampa, sino que se van aborregando mansamente sin darse cuenta de que cada vez están más cerca de la animalidad que de la racionalidad. Ni se plantean lo absurdo que resulta querer reducir la compleja sexualidad del ser humano a lo puramente animal. Sin embargo, una pregunta que les suelo hacer sí les hace reaccionar: ¿No es triste asemejarte a los perros cuando tus capacidades son infinitamente superiores? Claro que tampoco saben todo lo que se están perdiendo.
La conquista fácil
En los encuentros que tengo con ellos en los colegios suelo decirles que no tiene nada que ver subir al Everest escalando con tu mochila al hombro (sexo con amor) que en un helicóptero (el rollo rápido y consumista). En el primer caso, conquistas la cumbre, te comes el mundo, revientas de felicidad, mientras que en el segundo te limitas a contemplar el paisaje, y una vez que lo has visto dos veces, ya no te impresiona, vas en busca de otro. Los pobres te miran impotentes, presos de ese tremendo desasosiego que les conduce a inventar cada vez cosas más raras y emociones más fuertes para poder disfrutar del sexo. Y muchos se acercan a confesarte que también a ellos les gustaría que fuese de otra manera. Pero ¿qué pueden hacer si los hemos condenado a ese mundo de prisas para todo, aunque no se sepa por qué ni para qué hay que llegar tan rápido? Se sienten abrumados por la situación que les ha tocado en suerte y, a la vez, totalmente incapaces de cambiarla. Y es que están acostumbrados a vivir superficialmente, sin preocuparse por los sentimientos del otro, sin interés por conocerlo mejor. Reniegan de todo aquello que les suponga un esfuerzo. Aunque sin duda también es el propio miedo a salir heridos en una relación más profunda lo que les lleva a ponerse a la defensiva. Creen que ocultando sus sentimientos se ponen a salvo de sufrir, pero acaban padeciendo mucho más al meterse en esa vorágine sin sentido, en la que malgastan su sexualidad y se pierden toda la magia. Ignoran que una mirada o una caricia puede contener más carga erótica que el propio acto de hacer el amor. Sobre todo en su caso, que lo hacen sin estar preparados psicológicamente, con miedos, poniéndose en riesgo de quedarse embarazadas o de contraer cualquier enfermedad.
¡Menuda comedura de coco!
Esa es otra, los miedos. También los reflejo en la novela: Desde que David me ha propuesto hacer el amor, mi cabeza se parece al cubo mágico de Rubbik, no hay manera de encajar todas las piezas, estoy hecha un lío. A veces me da por pensar que lo único que les importa a los chicos en una relación es acostarse, aunque sé que David no es así, él me quiere. Pero tengo miedo de que si le digo que no, él crea que no le quiero y se fastidie la relación tan bonita que tenemos. Ojalá no me lo hubiese propuesto, iba todo tan bien... Ahora mi vida gira en torno al sexo, sexo y más sexo: todas las conversaciones con mis amigas, las revistas que me compro, los libros que leo, las páginas de internet en las que me meto... Y cuanta más información, más asustada estoy; me estoy volviendo loca con tantas dudas. Si ya duele ponerse un támpax, ¿qué será que te metan eso por ahí? Y luego está lo del preservativo, que hay que hacer un máster, por favor…
¿Y si tiene un gatillazo como le ocurrió al novio de Leyre? Y encima ella lo va contando por ahí. A mí no me haría ninguna gracia. Claro que los chicos no se cortan un pelo a la hora de largar sobre estos asuntos ¡Menudos son!…
A mi padre le da el yuyu si se entera de que lo he hecho: su niñita acostándose con un tío. Es capaz de matar a David…
¡Vaya comedura de coco! Seguro que ellos no se comen tanto el tarro. Pero es que para nosotras es más importante que para los tíos. Lidia dice que lo magnificamos y lo idealizamos demasiado, que luego no es para tanto… Pero odio cuando ella se pone a contarnos que si Alberto la tenía más corta que Luis. ¡Por favor, que parece que está hablando de los filetes que le ha comprado al carnicero! Cuando dice esas cosas, me dan ganas de taparme los oídos. Yo nunca he visto a un tío desnudo así, al natural. Y me da miedo que David no vaya a gustarme con eso ahí colgando. A lo mejor tampoco yo le gusto a él. Y encima, me da bastante vergüenza que me vea desnuda.
Si yo entiendo que tenga miedo de que le duela. Dicen que a las tías la primera vez les duele un montón y que sangran al perder la virginidad. Pero también yo tengo mis nervios… ¿Y si a mi Willy le da por ponerse tonto justo en el momento clave? ¿Y si me corro nada más rozarla? Eso le pasó al Serpas.
Sí, hay múltiples miedos por las dos partes cuando es la primera vez, pero luego se les olvida, van cogiendo confianza. Se engañan pensando que por una vez que lo hagan sin preservativo no les va a pasar nada o lo utilizan mal; y acuden a la píldora del día después como si se tratara de un anticonceptivo más, o a métodos que ellos creen segurísimos, como la marcha atrás. También están los que no quieren utilizarlo “porque les hace sentir menos” , que se arregle la chica, no es su problema. De nuevo la responsabilidad brilla por su ausencia, porque viven en un mundo sin límites, donde los derechos no llevan aparejadas obligaciones.
Por eso no basta únicamente con una buena información sobre el sexo, es necesaria una educación emocional que les ayude a reforzar su autoestima, a vivir la sexualidad ligada a la afectividad, a no tener planteamientos sexistas (el que está con muchas es un don Juan, la que está con muchos, una guarra), y a evitar que la igualdad entre chicos y chicas consista en apropiarse de lo peor de cada sexo.