Flaubert aconsejó a una amiga: “¡Lee para vivir!”. Yo aconsejaría a todo el mundo: “Escribe para vivir”, porque hacerlo te ayuda a comprender mejor el mundo, a ti mismo y a los demás. Para mí escribir es un verdadero aprendizaje de vida. Cada libro que escribo me permite ir más allá de la superficie de las cosas, contemplarlas desde ángulos diversos, adoptar diferentes puntos de vista, meterme en la piel de los distintos personajes, adentrarme en ese complejo mundo de los sentimientos y hurgar en los conflictos que los provocan.
También desarrollo lazos de solidaridad con los problemas de la gente y comprendo mejor las razones que les llevan a actuar de una determinada manera. Además creo que mi escritura tiene mucho de psicoanálisis y de catarsis, algo de lo que no siempre soy consciente mientras estoy escribiendo. Pero, con la distancia que dan los libros ya escritos, me doy cuenta de que en cada uno de ellos he ido dejando de algún modo retazos de mi vida y he tratado de responderme a todas esas preguntas que durante mi infancia y mi adolescencia no me atrevía a hacer por razones de timidez y porque era una época en que los niños solo hablaban cuando se les preguntaba y casi todo estaba prohibido. Destacaría, pues, su efecto liberador. De hecho, cobré conciencia de que necesitaba escribir para vivir y de que no podía dejar de hacerlo cuando mataron a mi padre en la puerta de mi casa. Escribí montones de cuadernos, fue un modo de sacar fuera todo el dolor que sentía. Luego me pasé al ordenador y ya no dejé de escribir. Ahora sé que no podría vivir sin hacerlo, me moriría un poco cada día. Es un proceso en el que disfruto todas y cada una de las etapas que lo componen: cuando das vueltas en tu cabeza a la idea de la novela o cuento mientras tratas de escuchar la voz de los personajes, cuando, ya sentada al ordenador, estás inmersa en las tramas y los conflictos, cuando vas puliendo el lenguaje: buscando la frase más ajustada para lo que quieres decir, el adjetivo más preciso, la musicalidad de las palabras… Es como descubrir el mundo de nuevo y cobrar conciencia de cada una de las cosas que encierra. Todos tus sentidos sufren un estado de hipersinestesia que te hacen percibirlo todo de una manera muy especial: los olores, los sonidos, los objetos, las emociones... La escritura desarrolla enormemente la capacidad de observación y de escucha.
1. Escribir me ha permitido desarrollar una gran libertad interior: porque te sumerges en un mundo propio que surge del eco de las palabras silenciosas que se deslizan por tu cabeza, un mundo secreto al que solo tú tienes acceso y te hace fuerte frente al exterior. Cuando escribes estableces un diálogo con tu propia alma, es un acto de comunión contigo misma. También es un acto de rebeldía, que te proporciona una gran fuerza interior: nadie puede arrebatarte la libertad de pensar lo que quieras y como quieras. Convivir con los distintos personajes de mis novelas que se enfrentan a situaciones difíciles me ayuda a sentirme más libre, menos vulnerable y me da una fuerza especial para luchar por las cosas. Siempre he sido un espíritu libre, mi abuelo materno decía que era “voluntad virgen”, así que escribir es un modo de poder ejercer mi condición de rebelde. Por otro lado, entender a las personas te ayuda a tener menos prejuicios, ataduras y clichés. La Literatura te humaniza, te hace ver los distintos matices, las distintas caras de cada situación y también te ayuda a librar batallas. Lupercio Leonardo Argensola decía que los libros han ganado más batallas que las armas, y yo pienso lo mismo. En su día se prohibió leer a las mujeres porque decían que era malo para el matrimonio, naturalmente querían someterlas, que no pensaran, que acataran las órdenes del marido y se limitaran a ser buenas amas de casa. También las monjas de mi colegio tenían un especial empeño en que fuéramos buenas amas de casa. Pero cuando descubrí que para serlo había que estar todo el día cosiendo unos pañitos imposibles que a mí se me hacían un gurruño entre los dedos, decidí rebelarme. A mí lo que me gustaba era leer y subirme a los árboles a inventar historias. Siempre tuve una mente volcánica y quijotesca, y de no ser por la escritura me hubiera abocado directamente a la locura.
2. Escribir da un gran sentido a mi vida. Me emociona la pasión con la que leen mis libros los adolescentes y me hace muy feliz ver cómo les ayudan a vivir una etapa que no resulta nada fácil. Es impresionante que te digan cosas como: “Tal libro tuyo hizo que cambiara mi vida”, “No me gustaba leer hasta que me leí tu libro, lo empecé y ya no pude dejarlo”. “Es como si hubieras escrito mi vida, me identifiqué completamente con el personaje”. “Me leí siete veces la novela, porque me hace de psicólogo, cuanto más la leo, más cosas descubro”. “Mi madre y yo éramos como el perro y el gato, pero a raíz de leernos tu libro, somos uña y carne”. O cosas tan impresionantes como: “Salí de la anorexia gracias a tu libro”, o “A raíz de tu libro me metí en una ONG para ayudar a chavales a salir de la droga”. Me gusta hacerme eco de sus problemas e inquietudes, sentir desde ellos, sufrir desde ellos, reírme con ellos, hablar como ellos. Eso me impide contemplar el mundo con ojos de adulto cansado, me mantiene muy viva. Ellos me dan una gran energía a la vez que siento una enorme responsabilidad de mejorar cada día en mi oficio de escritora y de no defraudarles. Y también tengo la complicidad de los padres, que se reconocen en ellos y a sus hijos.
3. Escribir me ayuda a comprender los misterios de la vida: ¿Por qué una persona es de un determinado modo de ser y no de otro? ¿Qué mueve a las personas? ¿Qué le lleva a una persona a abandonar a su hijo? ¿Por qué un chaval que está estrenando la vida decide suicidarse, o meterse en el mundo de la droga, o en un grupo neonazi? ¿Por qué decimos una cosa cuando en realidad estamos queriendo decir otra?
4. Escribir me permite rebelarme contra las injusticias, conmoverme ante los seres más frágiles y desheredados de la tierra, de algún modo hacer míos sus problemas. Cada libro me invita a reflexionar sobre la responsabilidad individual y colectiva que tenemos todos.
5. Escribir me permite romper moldes y fronteras, asumir distintos personajes y tratar de comprender sus distintos puntos de vista, su estatus social, sus circunstancias, los motivos que les llevan a actuar de una determinada manera. Puedes ver distintas caras de una misma persona, contemplar las situaciones desde ángulos diversos, buscar distintas soluciones, viajar por países, épocas y culturas diferentes, enfrentar la percepción del niño a la del adulto, ir más allá de la superficie de las cosas. Conviertes tu pequeño mundo en un gran universo. Decía Croisset, un comediógrafo francés, que “la lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren”, algo que sin duda es extensible a la escritura. Resulta emocionante sumergirte en una novela y vivir desde sus personajes.
6. Escribir me permite vivir la vida como una gran aventura y vivir muchas vidas a la vez. Me hace ser mucho más consciente de que estoy viva y de lo maravillosa que es la vida, me ayuda a vivirla mucho más intensamente. Para mí no hay aventura mayor que la del ser humano, y crear historias y personajes te da un gran poder sobre tu propia vida y una enorme satisfacción.
7. Escribir es para mí un acto de creación permanente: me siento una gran maga con una varita haciendo que las cosas cobren vida en mi cabeza. El poder de la imaginación es el más poderoso que hay, te permite reinventar tu vida cada día, aunque hay que saber manejarlo. De pequeña no entendía por qué no teníamos un botón para parar la mente y poder descansar un poco, me estallaba la cabeza con tantas preguntas y pensamientos que no iban a ninguna parte. Así que me pasaba el día inventando historias y aventuras que la mayoría de las veces acababan fatal. Era raro el día que me iba a la cama sin un castigo. Volví loca a mi madre, que nunca entendía a qué jugaba y por qué en vez de hacerlo con los juguetes me dedicaba a poner la casa patas arriba, cambiando todos los muebles de sitio, descolgando las cortinas o sacando todos los colchones de la casa para hacer una montaña para mis hadas. Ya entonces necesitaba crear espacios para las numerosas historias que disparaba mi mente calenturienta.
8. La escritura ha desarrollado aún más mi acendrado sentido crítico, me permite huir de una sociedad que trata de aborregarnos y llevarnos a todos por el mismo camino. Escribir es un modo de huir de esa anestesia colectiva. Yo siempre les digo a los chavales que es importante desarrollar un pensamiento divergente, que se nieguen a que otros piensen por ellos.
Por todas estas razones recomiendo a todo el mundo que escriba aunque no vayan a convertirla en su profesión. Hoy en día los chavales viven inmersos en la prisa, están faltos de atención, con una actividad en algunos casos desaforada y no son capaces de interiorizar lo que les pasa, no hay una reflexión interior sobre nada de lo que hacen. Además les hemos robado la infancia, viven un mundo de adultos. Así que escribir les puede servir de catarsis, porque les ayuda a liberarse de sus problemas, a interiorizar lo que les pasa, a reflexionar y a recuperar su niñez. Es un modo de desarrollar su inteligencia emocional, de abrirse al mundo y adquirir responsabilidades.